Transgrediste las primeras fases, de la contemplación ahora pasaste a materializar en la realidad lo medido por tus pensamientos. Ahora bien, te doy la bienvenida a la montaña rusa llamada “relaciones tiro de gracia o suicidio colectivo”.
Sea cual fuera tu situación todo se resume en “morimos por ser amados”, en ese contexto tus diferencias y las mías, se hacen a un lado y el fin de la vida en sí misma, más que tener un status quo y lograr las metas interpuestas por ti o las que socialmente son demandadas para lograr el tan llamado éxito, todo en su desenlace se concatena en tal sentido.
Siempre he creído en el gran poder que tiene el amor, cual fuego purificador, está en la capacidad de malear lo que odiamos de nosotros frente al espejo, advertencia esto no debe ser tomado literalmente, me explico cuando defino espejo se refiere a lo que vemos de nosotros que no nos agrada, y no es específicamente lo físico, sino aquellas manías, desvirtudes o carencias que detestamos en nuestra persona.
Entretanto ya estas inmerso/a en la fase inicial, no dejas de pensar en ella/él, te sientes admirado y sobretodo te fascina que alguien esté pendiente de ti. Dependiendo de tu carencia afectiva, ese ser llenará más o no tus espacios vacíos.
Sus palabras van creciendo en ti, y poco a poco van despertando un interés inusitado, hasta que el sentimiento se aloja por un tiempo considerable. Todo lo que te rodea así sea un simple color o una marca de ropa, de seguro tu mente realizará un proceso de identificación y clasificación de los estímulos y las respuestas, para abrir la compuerta de todos tus sentidos a aquel que ha osado entrar en tu mundo. Ese es mi estado favorito del enamoramiento, donde éste va penetrando a través de los sentidos, cuando pasa de los sentidos al comandante en jefe llamado cerebro, el cual es el encargado de dar ciertas órdenes estrictas a su batallón, ya allí sólo hay que dejarse fluir y palpar cuán verdadera es nuestra satisfacción y si no es un mero engaño de nuestras necesidades emocionales.
“No hay nada más fecundo que
la ignorancia consciente de sí misma".
José Ortega y Gasset
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